Recorrer el camino personal e intransferible de cada uno, salirse del sendero del conformismo y la aceptación de algo que en realidad no deseo, supone en ocasiones conectar primero con la sensación de vacío que podemos experimentar al encontrarnos perdidos… ¿Cuándo sucedió? ¿En qué momento? Como cuando somos niños, saber que me he perdido supone una cuota de ansiedad y miedo que me conectan con una idea que, para muchas personas, resulta aterradora: estoy solo. Porque cuando me he perdido y soy consciente de ello, puede que esté rodeado de personas que no conozco, que no reconozco… Se puede llegar a sentir soledad en lugares tan diversos…

Una de las vías secundarias que nos pueden devolver al camino que realmente deseamos recorrer es volver a conectar con nuestros deseos, necesidades y sueños, con aquello que quizás, hace tiempo, fue el inicio de nuestro particular camino, de la ruta de la cual hemos salido sin darnos cuenta.

Si dejamos de mirar hacia delante al caminar por esta ruta elegida, podemos sorprendernos más adelante al encontrar que nos hermos perdido… En ocasiones, nos hemos perdido porque durante cierto tramo solamente mirábamos hacia atrás, enganchados en el recuerdo de aquello que sucedió y ya no está. Otras veces, ensimismados con la presencia de alguien que nos acompaña, nuestros compañeros de viaje, perdemos de vista nuestro rumbo personal y caminamos, equivocadamente, el que recorren los otros…, por miedo a perder esos vínculos.

Pero desconectar de nuestro propio camino siempre nos lleva, en algún momento, a darnos cuenta de que nos hemos perdido, de que el lugar en el que estamos no es el que hubiéramos querido. La buena noticia es que si miramos dentro de nosotros, si nos damos el permiso de enlazar con nuestros deseos y necesidades, con nuestros sueños, podemos reencontrarnos con el camino elegido.
 
La sociedad nos envía mensajes contradictorios con respecto a los sueños y su consecución; nos animan desde diversos lugares más o menos cercanos a nosotros a perseguir y alcanzar nuestros sueños, pero luego, por otro lado, señalan a aquellos que eligen este camino tachándoles de “infantiles” o de “inmaduros”.

 
Lógicamente, habría que analizar las situaciones particulares, pero esta pauta reconocible en muchas personas, la de etiquetar de inmaduros a los que persiguen sus sueños, parece partir de la inseguridad que sienten estas personas ante la imagen que reciben de los soñadores. Algunas personas, que se sienten incapaces de perseguir y alcanzar sus sueños, se sienten amenazados por la posibilidad de que otros sí lo logren, por lo que, para mantener cierta coherencia interna en su discurso, intentarán por todos los medios convencer a los demás de que no intenten perseguir sus sueños.

Todos soñamos con algo: alcanzar ciertos logros, como superar una marca personal en un deporte, o adquirir cierto estado, como la felicidad y la plenitud… Pueden ser sueños grandes o pequeños, realistas o irrealizables, pero son sueños y son nuestros. En el momento que le otorgo a otro el poder de hacer alcanzable o no mi propio sueño, comenzaré a sentir que mi camino elegido no es tan adecuado como yo imaginaba; y ahí quizás empiezo a perder el rumbo.

Afortunadamente, hay formas de volver a conectar con los sueños y deseos que dieron origen al camino que estoy recorriendo. Nos empeñamos muy frecuentemente en el análisis concienzudo de las razones por las cuales me he perdido, cuando, quizás, lo realmente importante es saber que me he perdido e intentar conectar de nuevo con el lugar al que deseaba ir. Una vez he realizado esta tarea, podré saber realmente si deseo seguir recorriendo este camino o no. Pero esa decisión será nuevamente mía, y tendré que hacerme responsable de ella. En la situación en la que me he perdido soy incapaz de hacerme responsable porque no comprendo porqué estoy ahí.

A través de este trabajo, el de conectar con mis sueños y deseos, puedo hacerme responsable de las decisiones que me han llevado al lugar en el que estoy y así poder cambiar mi rumbo, si así lo deseo. Entonces quizás comprenderé que mi camino es solamente mío y que las personas que me acompañan no tienen porqué seguir el mismo rumbo. Cuando alguien decide vincularse afectivamente con otro, de la manera que sea, una amistad, una relación de pareja, etc., ha de aceptar que el otro no está ahí para completar sus vacíos. En el mejor de los casos, somos compañeros que elegimos libremente caminar juntos una parte del sendero.

Perderse en el camino forma parte de lo posible; hay que aceptar que las cosas no siempre serán como a uno le gustaría. Es más, no es sano empeñarse en perseguir un sueño que me lleva siempre por un camino de permanente dolor y soledad; uno ha de hacerse responsable también de esta parte, quizás la más difícil de todas: renunciar a lo que no es posible. Perderse, por tanto, podría ser el primer paso para volver a conectar con los sueños y necesidades, pudiendo valorar de este modo si aún sigo deseando hacerlo realidad.

Apsu.

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